17/2/11

Basallote y su memoria del tiempo primero

(A propósito del libro de Francisco Basallote, “Frontera del Aire”, editado por la Delegación de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Vejer de la Frontera, Gráficas León, Véjer –Cádiz—, con dibujos del autor, 1988)





La poesía es universal porque es particular. Estas palabras pueden aplicarse, con acierto, al primer libro de poesía publicado por el poeta vejeriego Francisco Basallote, titulado “Frontera del Aire”; un poeta que crece ilímite con nobleza espiritual, a la par con la intensidad lírica y ontológica de su poesía. Y decimos esto, no como uno de tantos respaldos que se dan a los amigos cuando, con sincera admiración y fraternidad, se presenta por primera vez parte de una obra que no ha sido todavía puesta a prueba, sino como solidario respaldo a quien sabe, como Eliot, que la naturaleza de la poesía “es una lucha intolerable con las palabras”, con el tiempo en las manos.

Cada poema de este libro es la anotación existencial de un lugar de Vejer –“ciudad que se abre al paso de la luz”, más allá de las sombras-, de la que nace un rumor de astros de la tierra. Alcazar, Corredera, Puerta del Mayorazgo, Torre del Mayorazgo, Arco de la Villa, Arco de las Monjas, Barranco, Buenavista, Callejón del Fuego, Castillo, Río Barbate, Museo Fotográfico Chirinos, corren por la memoria del poeta y por las venas de la tierra, hasta brotar el vertical sentido de la vida: “humana piedra trascendida”. Pero siempre procurando, como decía Pessoa, el “modo interior del exterior”.

Francisco Basallote, pues, metido en la fragua de los recuerdos, sabedor de la impermanencia de las cosas, como lo reconoce “en los arbotantes de la dicha efímera”, descubre -sometiendo la terca, la insumisa resistencia del tiempo- el sitio donde el alma de las cosas está, y la señala con su palabra en continuo movimiento dentro de la luz, dentro de cada rincón geográfico y humano de su pueblo que se abre –“geológica verdad”- sobre la piel del aire.

El poeta acude a “la esplendorosa constelación de la niñez” a hacer una especie de inventario de las piedras tutelares –“ensoñadas solidificaciones”- que evocan vestigios de los años “entre el ejército del sol y el del olvido”, con ese propósito de re-creación, “sin tiempo ya para lo efímero”.

El poema final –“In Terrae Nomine”-, de gran densidad, resulta ser la clave y, en cualquier caso, resume o define certeramente el libro. Es la más íntima reacción del poeta aprisionado por su propia condición humana, quien, al cuestionarse su presencia en la tierra, “hurgando en la infinita herida / en busca de los enigmas / que la luz escribe / en la misma frontera del aire”, se queda pensativo, meditando y dialogando consigo mismo, con tal de entregarnos el secreto vital, la bondad del sentimiento, como bien hace.


Antonio José Trigo


[Reseña publicada en Cuadernos del Sur, del diario Córdoba, 27-octubre-1988]