30/10/11

Las urgencias de un dios (Enriqueta Ochoa)

Enriqueta_Ochoa


Las urgencias de un Dios




¡Cuánto girón de cielo prometido
que no puedo creer,
que no logra sitiarme
ni adormecer mi sien
ni incitarme el afán!

No rebusquen más mitos en mis labios.
Soy la furia salvaje de una criatura
abandonada en el monte
sin conocer más padre que el sol que ha requemado mi epidermis
ni más madre que ese lamento gris de tierra
que indefinidamente me derrumba y me levanta.

Una urgencia por Dios toma el vocablo.
¡Lo que nos pasa a veces!
Si cuando niña se me hubiera dicho:
“Ante Dios
afloja la rodilla y baja el rostro”,
yo hubiera obedecido.
Pero nadie sopló luces de mitos en mi frente
ni se movió en los nervios de mis actos
(aprendí de mi abuelo a levantar, por mi mano, todas las cosas)
y fui sólo el bárbaro explorador sin ropas
que arañando la piedra se trepaba al risco
para avistar las rutas que indicaba
su brújula de astros y de olores.
Y ahora, cuando alguien me pregunta:
“¿Cuál es tu Dios, tu identidad,
y la región que habitas?”, digo:
—Mi tierra es la región del embarazo
y yo soy la semilla donde Dios
es el embrión en vísperas.

¡Cuánto pasado para llegar aquí!
Para poder estar de pie junto a las cosas
y decir:
— Mi corazón se espiga frente al mundo
como una inmensa lágrima caliente.
Pasan las madres con sus hijos.
Las parcelas revientan de brotes
y el espacio nutre un retoño
de vibrátiles e inmensas dimensiones.
Ante esto
yo mido la magnitud de mis caderas,
palpo mis carnes, aguzo el oído finamente
y confirmo el hecho:
como ellas yo llevo un fruto en mí.
Pero alguien, no sé quién, salta y me dice:
“Ficticio anunciamiento
en la sorda pulsación de un cuerpo estéril”.
Qué saben ellos
de ese recóndito embrión
urgiendo mi presencia bajo un cielo de ruinas.
Qué saben de ese embarazo antiguo gestando desde siglos
un hijo despatriado que no logra nacer
ni abortar de mi vientre
cuando resbalo y caigo.
Un hijo falsamente robado y bautizado
en el narcotizante vino de un río mitológico
que no acierta a moverse
con la pesada carga que le asignan.
¡Ay del fruto en la entraña
escandalosamente percibido,
voluminosamente titulado,
quebrantando mis huesos al golpe de su peso!
Y antes no eran sus rasgos pronunciados
ni complicado el peso.
Yo recuerdo la niña agilidad
que jugaba con la víscera azul
antes del rapto,
casi en la misma conjunción del lecho:
aquella anunciación difusa y primeriza
de hace siglos,
donde su presencia apenas si brillaba
con párvula intuición de imprecisión y azoro.
Sensible al ruido y diminuto,
sus fugas nos vedaban los contornos
y aún el más sigiloso y descalzo de los pasos
le aguijaba de miedos
precipitándole en una tímida huida de corza repentina.
Pero eso fue ayer. Ayer,
en el tiempo de las primeras brasas.
Hoy todo es distinto.
Sé mi condición de madre
y de Dios su condición de hijo,
de sucesión, rumbo al futuro,
y un desgajado sol de otoños dulces
dilata mi corazón y lo revienta en grito:
— ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
— on un temblor de voz que supera todas las ternuras.

De blasfemia han tachado mis urgencias.
Dicen que Dios no reirá jamás entre mis labios
ni llorará en la cuenca de mis ojos tristes.
Seré siempre la anónima, la gris, la desterrada
para quien sólo existe por patria
un índice de estragos y de hogueras.
Pero, ¡basta de escándalo!
¡Que no me digan nada!
El corazón se exprime en sus lagares
y canta en el ardor de sus heridas,
El mío canta aquí, a la intemperie,
sin fronteras ni códigos caducos,
sin esos cuentos viejos que nos dicen:
“Corrían arcos de luz de arriba abajo
y tatuaban las frentes de distancias”.
¡Vaya!, como si el ala oculta no tocara
más arriba del ojo de los vientos.
Yo no puedo alisar fábulas ciegas.
Alguien rompió sus labios pecho adentro
y me enseñó a forjarme desde siempre
una forma de amor recíproca y sencilla.
De aquí que guste la identidad sin límites ni ambages
y use el coloquio fácil y entrañable
con que en el vientre se hablan madre e hijo.
No reparo en lo dicho. Dios es mi inseparable,
mi más íntimo compañero
de juegos y de lágrimas:
el más constante y tierno,
más rebelde y sumiso.
¡Vaya! ¡Lo que son las cosas!
Yo sé lo que le espera al canto en que me espigo:
una turba de puños indignados
demolerán su forma,
me trizarán a golpes.
Mas yo sabré ubicarme
de nuevo en mi insistencia
sacudida de grillos la cabeza
y destrenzado el pelo hasta las corvas,
porque odio los límites supuestos.
No me conformo con que digan:
“su forma es ésta; vedada otra estructura”.
¡Qué débil consistencia de doctrina!
Recordad que Dios es el espejo
más contradictorio y bifurcado,
acomodado a todas las pupilas.
Yo lo esculpo a mi modo y le doy forma.
¿Cómo pecar con esto?
¿Peca la hembra que proclama al vástago?
¿Peca al decir: se hospeda desde siempre
en la borrasca delirante de mi sangre?
Imposible.
El concebir y el cantar no hay que velarlos.
Hay que danzar con ellos a la luz del día
y a la obsidiana luz de la alta noche.
Yo no puedo evitar mi índole espontánea;
soy una cascada de torsos al desnudo.
Como el niño se da, me doy al viento
desatando mi grito.
Los buenos me dirán que calle y ceda.
Mas yo que en torno de mi cintura
he puesto un cascabel de mineral rojizo
que a cada paso grita a Dios: ¡Mi hijo!,
y establezco mis propios cánones y salmos,
no me dejo llevar
ni me dejo negar
ni escondo la vereda
ni me humillo el rostro
cuando otros le nominan “Padre”, “Artífice”,
ni les digo el origen de mi grito
porque no creerán en la sobrevivencia.
Perece el padre, sobrevive el hijo,
El último es eterno:
llora en el niño antes de hacerlo hombre,
y después y después,
y siempre el hijo despejando el futuro.
dominando horizontes
imperecedero, triunfal,
en la Unidad, en lo Eterno.
¿Por qué ignorar que el mundo
es un cotiledón de fuego
en que Dios va formando su presencia?
Son cosas que no pueden cubrirse.
Miradme aquí cómo al tratar su nombre
danzo en una resurrección
de brasas removidas
y siento sus latidos sonándome en el pecho.
¿Cómo negar al hijo que florece?
No he aprendido a ocultarle
ni a decir que me pesa, aunque me acusen
de agotarme su largo nacimiento.
¿Por qué habría de ser?
Él no me obliga a prescindir de nada.
Su floración es natural y simple
y si bien estos ojos vidriosos se me pierden
tras un vago rumor inaprehensible
y a menudo descanso en el camino
y acaricio su forma por mi vientre.
también puedo agitarme
y retozar a pie descalzo el monle vivo
y hago correr sus pies entre mis piernas
y hundo mis manos en la tierra firme
y bebo el agua corriente de los ríos
y desnudarme al sol.
Y es mejor que mejor,
porque no me gustaría que el que pasara viera
mi cabeza quebrada sobre el pecho,
ni quiero para él un enfermizo rostro
de Dios encajonado
en estancias oscuras y severas.
Quiero que muerda el corazón del mundo,
que sepa del sol,
de los astros, del viento,
de lo grande y lo mínimo.
Quiero en Dios al hijo que creciendo
en plenitud reviente al cerco falso
y destruya las fronteras
y la celda ficticia y demudada
del concepto y la carne.
Lo quiero levantando su imperio al aire libre,
desnudo, limpio, imperturbable y sano,
respirando hondo y fuerte
del aliento rotundo de la Tierra.


ENRIQUETA OCHOA
(1928-2008)


Edicion original Urgencias de un dios


La intimidad del misterio

De estilo íntimo y diáfano, la poesía de Enriqueta Ochoa (Torreón, Coahuila, 1928) explora la religiosidad, el misticismo y los arrebatos humanos que nacen de los impulsos que inspiran el encuentro con mundos desconocidos, como el del sueño y la muerte.

Amena en su charla y elegante en su hablar y vestir, Enriqueta Ochoa fue maestra de diversas instituciones y formadora de poetas. Comenzó a versificar a los 9 años. Maestra normalista en el norte del país, publicó sus primeros versos en la revista Fuensanta de Jesús Arellano. Al poco tiempo, comenzó a colaborar en Ariel de Emmanuel Carballo. Fue a través de éste que tuvo su primer contacto con los poetas capitalinos Jaime Sabines, Rosario Castellanos y Dolores Castro, con quienes sostuvo un prolongado intercambio de cartas en que comentaban mutuamente sus poesías.

Publicó su primer libro en 1950, bajo el título Las urgencias de un dios. Casi 20 años después, publicaría Los himnos del ciego (1968) y el poema Las vírgenes terrestres (1970), donde reflexiona acerca de los problemas vitales desde su perspectiva femenina.

Poco antes de que Enriqueta Ochoa cumpliera 50 años, sucedió en su vida lo que ella llamaba “una avalancha de muerte”: al repentino fallecimiento de su padre, le siguió el de su madre; ese fue el motivo por el que su hermana se suicidaría. Su hermano moriría poco después a causa de una enfermedad relacionada al alcoholismo en que se sumergió ante esos acontecimientos.

Ese es el impulso inicial de Retorno de Electra (1978), uno de los libros más significativos de Enriqueta Ochoa; un poema escrito en un intenso momento de arrebato en que el dolor concentrado durante años fue expulsado: “ese poema no quería salir”, explicaba Enriqueta Ochoa, “estaba ahí hecho dolor. Hecho nudo.”

En ese poema, Enriqueta Ochoa escribe: Para volverte a hablar / tuve que llenarme de aire / los pulmones. / Y cuidar que no se me encogieran las palabras, / el corazón, los ojos, / porque aún se me deshacen de agua / si te nombro.

Tiempo después, ella misma caería gravemente enferma. Ese encuentro cercano con su propia muerte quedaría registrado en Bajo el oro pequeño de los trigos (1984); una reflexión acerca de la llama vital, del relámpago de este sueño que somos, que se inserta en la mejor tradición de la poesía hecha por ascetas que buscan aprehender las sensaciones de arrebato y revelación.

Otros de sus poemas son Cartas para el hermano (1973) y Canción de Moisés (1984). Tanto la UNAM como la Universidad de Guadalajara tienen antologías dedicadas a la poesía de Enriqueta Ochoa que sirven como material de lectura a los profesores en las cátedras de literatura.

En 2004, Enriqueta Ochoa publicó el libro de prosa poética Asaltos a la memoria (2004), dedicado a sus nietas, donde recupera las anécdotas de sus antepasados y su transcurrir por distintas geografías, desde París a Torréon, Aguascalientes y Guadalajara. Ese mismo año se publicó el libro Que me bautice el viento, Enriqueta Ochoa para niños, que conjunta versos inspirados en el paisaje desértico que le vio nacer.

Su último libro es Poesía reunida, una antología publicada por el Fondo de Cultura Económica este año, al que se añadió el último de los poemas que dio a conocer, Los días delirantes.

Enriqueta Ochoa fue profesora en la UNAM, la SOGEM, la Universidad Veracruzana, la Universidad Autónoma del Estado de México y la Escuela Normal Superior del Estado de México. Como reconocimiento a su labor de maestra y poeta, recibió en 1979 la Paca de Oro como Hija Predilecta de Coahuila. Recientemente, en mayo del 2008, recibió la Medalla de Oro Bellas Artes.

Desde 1994, el CONACULTA, en conjunto con el Ayuntamiento de Torreón y el Instituto de Cultura de Coahuila, realizan el Certamen Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa.

En una de sus últimas entrevistas, concedida a Adriana del Moral, al ser cuestionada sobre lo que le faltaba por lograr, la poeta respondía: “Pues nada, estar tranquila, ayudar a mis nietas y a mi hija. Tener salud para dedicarme a ellas.”

En esa misma conversación, la poeta da cuenta de lo que significó para ella su labor poética: “Una vez leí un libro en que había un pozo del misterio a donde sólo podían entrar dos seres: el poeta y el místico. Al igual que el místico, el poeta se echa un clavado ahí; ambos encuentran tesoros maravillosos en el fondo del misterio. El poeta los saca y los transforma en palabras, sin darse cuenta; el místico los saca y los transforma en oraciones… La poesía nace con uno; como producto de algo que es un misterio: no podemos saber de dónde viene, pero a veces, se nos abre...”


(“Semblanza: Enriqueta Ochoa, por CARLOS ROJAS URRUTIA, aparecido en el diario El Universal, Ciudad de México, 2 de diciembre de 2008)

17/10/11

Canto XLV de Ezra Pound




Canto XLV


Con usura ningún hombre tiene una casa de buena piedra,
cada bloque pulido bien encajado
para que el dibujo pueda cubrir su cara,
con usura
ningún hombre tiene un paraíso pintado en la pared de su iglesia,
harpes et lutes
o donde virgen reciba mensaje
y halo se proyecte de la incisión,
con usura
ningún hombre ve a Gonzaga sus herederos y sus concubinas,
ninguna pintura es hecha para durar ni para vivir con ella,
sino que es hecha para vender y vender pronto
con usura, pecado contra natura,
tu pan es cada vez más de trapos viejos,
seco es tu pan como papel,
sin trigo de montaña ni harina fuerte;
con usura la línea se hace gruesa,
con usura no hay clara demarcación
y ningún hombre puede hallar sitio para su morada.

El tallador de piedra es alejado de su piedra,
el tejedor alejado de su telar.
CON USURA
no viene lana al mercado,
la oveja no da ganancia con la usura,
la usura es una morriña, la usura
mella la aguja en la mano de la doncella
y detiene la habilidad de la hilandera. Pietro Lombardo
no vino por usura,
Duccio no vino por usura,
Ni Pier della Francesca; Zuan Bellin ni por usura
ni fue “La Calumnia” pintada.
No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis,
no vino ninguna iglesia de piedra pulida firmada:
Adamo me fecit.
No por usura St. Trophine
No por usura Saint Hilaire,
la usura oxida el cincel,
oxida el arte y el artesano,
roe el hilo en la rueca,
ninguna aprende a bordar oro en su bastidor;
el azur tiene un chancro por la usura; el cramoisi está sin bordar
la esmeralda no encuentra su Hemling,
la usura asesina al niño en el vientre;
impide el galantear del muchacho,
ha traído parálisis al lecho, yace
entre la novia y el esposo
CONTRA NATURAM,
Han traído putas a Eleusis,
cadáveres se han sentado al banquete
invitados por la usura.



EZRA POUND



Ezra Pound