17/11/10

Fragmentos de Babel –La poesía al pie del milenio (Casimiro de Brito)




Casimiro de Brito

FRAGMENTOS DE BABEL
La poesía al pie del milenio


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Y, sin embargo, escribo, escribimos desde hace diez mil años. Para que este momento, valga lo que valga, perdure, “duro deseo de durar” (Eluard), a lo largo de la larga noche. En la cripta del poema la soledad es total, en los patios interiores del poema en construcción. Al pie de esta soledad el aislamiento del cuerpo es una fiesta.


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Enigma transparente, el poema. Lo que en él hay de misterio viene del caos de su origen (el mundo), pero la armonía alcanzada, a través de su “travail de miroir à l´infini” (Perec), resume todas las catástrofes y obstáculos de un camino de claridad que a veces puede cegar.


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Como si él dijese: no me distraigan, no me desvíen de mi camino, de este lugar donde estoy siendo una espiral infinita –el todo del centro y el vacío me observan desde muy lejos. Además el poeta podría afirmar: la única cosa que poseo es el ritmo personalísimo (este vértigo) de mi muerte.


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Si las palabras oscurecen el canto (“Est in dicendo cantus obscurior”, escribió Cicerón), es natural que sea el silencio la mayor obsesión de los poetas, un silencio que sólo la magia de la música viene a quebrar de nuevo… con palabras. Pasión insumisa, anticipación de la historia, de sus cúpulas y abismos. Así el ciclo recomienza, trágico, antropofágico.


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Cada poeta mastica sus muertos preferidos hasta transformarlos en fantasmas honorarios de su obra “personal”. Cada nuevo poeta un ladrón de fuego, un pequeño Prometeo que ostenta sus trofeos (“breves fosforescencias”, Saint-John Perse), después de tenerlos “ornamentarlo” con sus propias obsesiones –perpetuación y subversión del texto canónico, variaciones milenarias de la segunda música, infinita parodia. Y ya no sé la diferencia que hay, en este manipular de fuegos y vientos, entre los poetas sabios (un Dante, un Joyce) y los poetas intuitivos (un Rimbaud, un Hölderlin). Los veo a todos sentados al pie del volcán, abismados en la “claridad cósmica” de que hablaba Hermann Broch. ¿Podrá el poema alimentarse de ella? Broch dice que sí, que ella, la poesía, “incorpora el reflejo de ese brillo transcendente”. ¿Música de las esferas?


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¿Ruido, realidad, qué realidad? ¿El aroma limpio del pan caliente en la toalla de lino o la guerra civil en el ajedrez del planeta? ¿La playa desnuda y sin fronteras donde el cuerpo se derrama o ese sueño en que un sexo de madre te expulsa para un sexo de amante? ¿La palabra de ella en tu olvido como si fuese un corazón al partirse o las largas noches en que clarificas la rugosa memoria del hombre? ¿La realidad? Escribir. Escuchar. Escribir de nuevo. No sé de otro camino donde se cruzan los demás caminos.


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No es todavía el fin pero estamos cerca de él, no es todavía el fin porque el fin no existe, hay grandes vacíos en los ciclos de la destrucción, bolsas de soledad entre un poema y otro poema, un nacimiento y otro nacimiento. La realidad, quiero decir la muerte, es difusa y caótica, pero la poesía puede ser el descubrimiento de una cierta cohesión, coherencia, éxtasis que se despersonaliza para revelar lo indecible, para fundar un cuerpo, un lenguaje, una “iluminación”, una descarga bajo el peso de sonidos, conceptos, ritmos. Cargada, sin embargo, por las innumerables experiencias milenarias, el lenguaje permanece abierto a lo nuevo, a las nuevas emociones de la tribu. La poesía, el veneno de la poesía, de las palabras corrosivas que envenenan sus fuentes.


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Lo que quiero afirmar es que mientras la filosofía es el decir del “logos”, la ciencia del todo, el poema es, del mismo todo, la metáfora humilde, la voz transparente de lo inaccesible. El decir sibílico, el enigma. Al “nadie entre en la filoso fía si no es geómetra” de Platón, yo opongo un “nadie entre en la poesía si no es ciego”, porque sólo el ciego (recordad a Tiresias) puede ver en el mínimo grano de polvo los caminos imprevisibles de la muerte.


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Óigase con atención lo que no soy capaz de decir, el intervalo entre dos ruidos. Fragmentos, pues. Para dejar al silencio (y a los lectores del silencio), el espacio que les es grato. La poesía, hija del espanto y del vértigo, madre de las religiones y último refugio del misterio, no podría transmitir el movimiento del Ser sin el espacio silencioso que la envuelve y prolonga.


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Literatura, pues, pero para ser interrumpida, glosada, enmendada, parodiada, subvertida. Todos los derechos para quien lee, los mismos plenos derechos que han sido usados por quien escribe. El uso cada vez menos reverente de las veintiséis letras del alfabeto –tal vez brote aquí la novedad del nuevo milenio. Es del juego que se trata, lo que hacemos y damos a hacer a través de las misteriosas hormigas de Babel. Es preciso que se apague el peso excesivo del autor, del nombre demiurgo: la Edad Media fue más sabia. ¿Saqueo? ¿Contaminación? Diseminación. El universo está todo a nuestra disposición y las cosas más bellas que en él se mueven no tienen autoría. Que sean cada vez más leves las manos de quien escribe –y de quien lee. El deseo de apropiación / imitación / transgresión no debería ser privilegio del autor sino del lector al fin liberado de la reverencia ante el texto áulico. El amor del texto será en el futuro más libertino.


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Misteriosa es la continuidad de la poesía, el modo como ella se cambia de poeta en poeta, esta casi “sub specie aeternitatis”. Babel fascinante, de formas dispares, abiertas a nuestro envolvimiento, a nuestra infidelidad, aunque pensemos en formas fijas, nuestra vocación para usar lo que se nos ofrece, como si cada momento de lectura fuese único y cada poema el resumen o suma de todos los otros.


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La muerte que el poeta ve todos los días en el espejo, en su rostro devorado por los dientes maternales del tiempo –esta muerte es también negación de la muerte, imagen del exilio imposible. Y no sólo porque el poeta escribe cosas que tal vez permanezcan un poco más que su cuerpo, no sólo porque la carne que se apaga entre el júbilo y la caída se va a encender de nuevo de otra manera. Lo que quiero decir es que todo esto anda cerca del pleno vacío, poeta y poema, dominados por la misma rumia intemporal. El don y el aura. Cosas, flujos intestinos que sólo conocen del tiempo su ceguera religiosa –la bondad (sin moral ninguna) del caos.


Casimiro de Brito

(Vertidos al español por Antonio José Trigo)

[Publicados en la revista “Común Presencia”, nº 8-9, 1993, Bogotá (Colombia), pp. 26-29]





TEXTOS ORIGINALES EN PORTUGUÉS


FRAGMENTOS DE BABEL
A poesia à beira do milénio


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E no en tanto escrevo, escrevemos há dez mil anos. Para que este momento, valha o que valer, perdure: “duro desejo de durar” (Eluard), ao longo da longa noite. Na cripta do poema a solidão é total, nos pátios interiores do poema em construção. Ao pé desta solidão a reclusão do corpo é uma festa.


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Enigma transparente, o poema. O que nele há de mistério advém do caos da sua origem (o mundo) mas a harmonia alcanzada, através do seu “travail de miroir à l´infini” (Perec), resume todas as catástrofes e obstáculos de um caminho de claridade que por vezes pode cegar.


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Como se ele dissesse: não me distraiam, não me desviem do meu caminho, deste lugar onde estou sendo uma espiral infinita –o tudo do centro e o vazio se me sondarem de muito longe. Também o poeta poderia afirmar: a única coisa que possuo é o ritmo pessoalíssimo (esta vertigem) da minha morte.


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Se as palabras obscurecem o canto (“Est in dicendo cantus obscurior”, escreveu Cícero) é natural que seja o silêncio a maior obsessão dos poetas, um silêncio que só a magia da música vem quebrar de novo… con palabras. Paixão insubmissa, antecipação da história, das suas cúpulas e abismos. Assim o ciclo recomeça, trágico, antropofágico.


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Cada poeta mastiga os seus mortos eleitos até os transformar em fantasmas honorários da sua obra “pessoal”. Cada novo poeta um roubador de fogo, um pequeño Prometeu que ostenta os seus troféus (“breves fosforescências”, Saint-John Perse) depois de os ter “ornamentado” com as suas próprias obsessões –perpetuação e subversão do texto canónico, variações milenárias da segunda música, infinita paródia. E já não sei a diferenta que há, neste manipular de fogos e ventos, entre os poetas sábios (um Dante, um Joyce) e os poetas intuitivos (um Rimbaud, um Hoelderlin). Vejo-os a todos sentados á beira do vulcão, abismados na “claridade cósmica” de que falava Hermann Broch. Poderá o poema alimentar-se dela? Broch disse que sim, que ela, a poesia, “incorpora o reflexo desse brilho transcendente”. Música das esferas?


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Ruído, realidade, que realidade? O aroma limpo do pão quente na toalha de linho ou a guerra civil no xadrês do planeta? A praia nua e sem fronteiras onde o corpo se derrama ou esse sonho em que un sexo de mãe te expele para um sexo de amante? A palabra dela no teu ouvido como se fosse um coração a partir-se ou as longas noites em que depuras a memória rouca do homem? A realidade? Escrever. Escutar. Escrever ainda. Não sei de outro caminho onde se cruzam os demais caminhos.


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Não é ainda o fim mas estamos à beira dele, não é ainda o fim porque o fim não existe, há grandes vazios nos ciclos da destruição, bolsas de solidão entre um poema e outro poema, um nascimento e outro nascimento. A realidade, quero dizer a morte, é difusa e caótica mas a poesia pode ser a descoberta de uma certa revelar o indizível, para fundar um corpo, uma linguagem, uma “iluminacão”, uma descarga sob o peso de sons, conceitos, ritmos. Carregada embora por inúmeras experiencias milenárias a linguagem está aberta ao novo, às novas emoções da tribo. A poesia, o veneno da poesia, das palabras corrosivas que envenenam as suas fontes.


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O que eu quero afirmar é que enguanto a filosofia é o dizer do “logos”, a ciência do todo, o poema é, do mesmo todo, a metáfora humilde, a voz transparente do inacessível. O dizer sibílico, o enigma. Ao “ningém entra na filosofia se não fôr geómetra” de Platão eu oponho um “ninguém entra na poesia se não fôr cego” porque só o cego (lembrai Tirésias) pode ver no mínimo grão de pó os caminhos imprevisíveis da morte.


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Ouça-se com atenção o que não sou capaz de dizer, o intervalo entre dois ruídos. Fragmentos, pois. Para deixar ao silêncio (e aos lectores do silêncio) o espaço que lhes é grato. A poesia, filha do espanto e da vertigem, mãe das religiões e último refúgio do mistério, não poderia transmitir o movimento do Ser sem o espaço silencioso que a envolve e prolonga.


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Literatura, pois, mas para ser interrompida, glosada, emendada, parodiada, subvertida. Todos os directos para quem lé, os mesmos plenos directos que têm sido usados por quem escreve. O uso cada vez menos reverente das 26 letras do alfabeto –talvez desponte aquí a novidade do novo milénio. É de jogo que se trata, os que fazemos e damos a fazer através das misteriosas formigas de Babel. É preciso que se apague o peso excessivo do autor, do nome demiurgo: a Idade Média foi mais sábia. Roubo? Contaminação? Disseminação. O universo está todo à nossa disposição e as coisas mais belas que nele se movimentam não têm autoria. Que sejam pois cada vez mais leves as mãos de quem escreve –e de quem lé. O desejo de apropriação / imitação / transgressão não deveria ser apanágio do autor mas do leitor enfim librertado da reverência perante o texto áulico. O amor do texto será de futuro mais libertino.


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Misteriosa é a continuidade da poesia, o modo como ela se outra de poeta para poeta, esta quase “sub specie aeternitatis”. Babel fascinante, de formas as mais dissemelhantes, abertas ao nosso envolvimento, à nossa infedelidade, ainda que pensemos em formas fixas, à nossa vocação para usar o que se nos oferece como se cada momento de lectura fosse único e cada poema o resumo ou súmula de todos os outros.

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A morte que o poeta vê todos os dias no expelho, no seu rosto devorado pelos dentes maternais do tempo –esta morte é também negação da morte, imagem do exílio imposible. E não só porque o poeta escreve coisas que talvez permaneçam um pouco mais do que o seu corpo, não só porque a carne que se apaga entre o júbilo e a queda se vai acender de novo de outra maneira. O que eu quero dizer é que tudo isto anda à volta do pleno vazio, poeta e poema, dominados pela mesma ruminação intemporal. O dom e a aura. Coisas, fluxos intestinos que só conhecem do tempo a sua cegueira religiosa –a bondade (sem moral nenhuma) do caos.


Casimiro de Brito