14/3/10

Entrevista a Eugenio Montejo



Entrevista a Eugenio Montejo

Por Antonio José Trigo

[Entrevista imaginaria al poeta venezolano Eugenio Montejo con las respuestas extraídas de sus libros de poesía. El lugar: su casa en Lisboa, donde trabajaba entonces como consejero cultural en la embajada de su país, y donde le visité por sorpresa junto con mi mujer, tras una breve relación epistolar. Fecha: el día 4 de enero de 1992. Este es el curioso testimonio rescatado en un ejercicio de imaginación por tener una entrevista con el poeta, porque el cuestionario lo redacté tras dicha visita y nunca se lo envié.
Tras regalarle mis libros “Rapsodia de lo oscuro ofreciente” y “Estancia de los detenimientos”, él me obsequió y dedicó su antología “Alfabeto del mundo” (Fondo de Cultura Económica, Colección Tierra Firme, México, 1988), acercándome incluso de una pared próxima el cuadro “Escritura XI” del pintor Manuel Quintana Castillo, que ilustra la portada de dicho libro, al mismo tiempo que nos ofrecía un vaso de whisky, que no aceptamos. Al poco rato de nuestra charla, afirmó que “la poesía es la última religión que nos queda”. Una afirmación que no he compartido nunca.]


A.J.T.- “A través de su poema, el poeta forja la memoria”, afirmó H. G. Gadamer. La poesía, para usted, ¿debe tocar siempre las teclas que mueven el recuerdo, la nostalgia, la fascinación? ¿Puede un libro de poemas ser algo más que la suma de las complacencias morosas de nuestro pasado?

E.M.- Lo que escribí en el vientre de mi madre / ante la luz desaparece. / El sueño de mi letra antigua / tatuado en espera del mundo / se borró a la crecida del tiempo. / Colores, tactos, huellas / cayeron bajo túmulos de nieve. /
Sólo murmullos a deshora / afloran hoy del fondo, / visiones en eclipse, indescifrables, / que envuelven el vaho de los espejos. /
Mis ojos buscan en el aire / el espacio del alma en que flotaban / y se pierden detrás de su senda. / Lo que escribí en el vientre de mi madre / quizá no fue sino una flor / porque más hiere cuando desvanece. / Una flor viva que no tiene recuerdo.

AJT.- Su poesía tiene el ritmo como norma. Esto se advierte en parte debido a su pasión órfica, puesto que el mundo para usted es constancia, ritmo, vigilia y gozo. ¿Por qué ese regreso constante a sí mismo, ese ejercicio del recuerdo que conduce siempre a uno mismo, “por cual causa o nostalgia”, que diría Juan Sánchez Peláez?

EM.- Me dejaron solo a la puerta del mundo, / poeta expósito cantándome a mí mismo, / un día de otoño, hace ya mucho tiempo. / De un golpe seco me arrancaron a la nada, /tronchado de raíz, / con dos ojos abiertos y un grito, / el hondo grito de quien soñó ser pájaro / y no trajo las alas para el vuelo. / Me fui rodeando del misterio terrestre / donde aún no sé si vivo o sueño, / si al fin la muerte vendrá en un torbellino / que me arroje mañana ante otra puerta. / No adivino mi origen, mi futuro, / aunque por sangre soy fiel a las palabras / y puedo jurar que cuanto escribo / proviene como yo de algo muy lejos… / Poeta expósito, errando a la intemperie, / mi único padre es el deseo / y mi madre la angustia del huérfano en la tierra.

AJT.- Leyendo su obra es fácil llegar a la siguiente conclusión: la profundidad no puede ser alcanzada más que por medio de la rememoración. De lo contrario, pareciera que la torpe maldición de una larga y sentida amnesia irá nombrando cada palabra en falso. Para usted, por tanto, ¿la memoria y la profundidad son lo mismo?

EM.- Mis mayores me dieron la voz verde / y el límpido silencio que se esparce / allá en los pastos del lago Tacarigua. / Ellos van a caballo por las haciendas. / Hace calor. Yo soy el horizonte / de ese paisaje adonde se encaminan. /
Oigo los sones de sus roncas guitarras / cuando cruzan el polvo y recorren mi sangre / a través de un amargo perfume de jobos. / Bajo mi carne se ven unos a otros / tan nítidos que puedo contemplarlos. / Y si hablo solo, son ellos quienes hablan / en las gavillas de sus cañamelares. / Hace calor. Yo soy el muro tenso / donde está fija su hilera de retratos. /
Mis mayores van y vienen por mi cuerpo, / son un aire sin aire que sopla del lago, / un galope de sombras que desciende / y se borra en lejanas sementeras. / Por donde voy llevo la forma del vacío / que los reúne en otro espacio, en otro tiempo. / Hace calor. Hace el verde calor que en mí los junta. / Yo soy el campo donde están enterrados.

AJT.- Terredad. El hombre, pese a todo, tiene su origen en la tierra; su piel es la frontera que lo separa del mundo. Su paso es transitorio: todo vuelve a la tierra. ¿Cree, pues, que la función del poeta es recordar que la vida, aunque se disfrute, conlleva la idea de la muerte?

EM.- Dura menos un hombre que una vela / pero la tierra prefiere su lumbre / para seguir el paso de los astros. / Dura menos que un árbol, /que una piedra; / se anochece ante el viento más leve, / con un soplo se apaga. / Dura menos que un pájaro, / que un pez fuera del agua: / casi no tiene tiempo de nacer; da unas vueltas al sol y se borra / entre las sombras de las horas / hasta que sus huesos en el polvo / se mezclan con el viento. / Y sin embargo, cuando parte / siempre deja la tierra más clara.

AJT.- “La oscuridad de Dios nunca deja ver nada claro”, dice un verso suyo. ¿Cree sinceramente que la poesía es una forma de religiosidad, que la poesía es una forma de redención que toma el lugar de la creencia abandonada de Dios? Usted ha dicho en alguna ocasión que “la poesía es la última religión que nos queda”. Háblenos más de ello.

EM.- Para que Dios exista un poco más / —a pesar de sí mismo- los poetas / guardan el canto de la tierra. / Para que siempre esté al alcance / la cantidad de Dios / que cada uno niega diariamente / y puedan ser al fin ateos / los hombres, las nubes, las estrellas, / los poetas en vela hasta muy tarde / se aferran a viejos cuadernos. /
Dios rota en sus eclipses / y se deja soñar desde muy lejos. / En medio de la noche / las sombras borran las ventanas / de rectos edificios. / Son pocas las lumbres encendidas / que tiemblan a esa hora / en la intemperie, / son pocas, pero cuánto resisten / para inventar la cantidad de Dios / que cada uno pide en sueño.

AJT.- La poesía, en su sentido espiritual, apoyada en las nervaduras de la palabra, no resiste el embate de la cultura; por tanto, la literatura es hostil a la poesía en cuanto que ésta se derrumba incapaz de cohesión al suelo. ¿Cree que la poesía está cayendo sencillamente como cae “la edad, el fruto y la catástrofe”, por emplear un verso de José Gorostiza?

EM.- En vano me demoro deletreando /el alfabeto del mundo. /Leo en las piedras un oscuro sollozo, /ecos ahogados en torres y edificios, / indago la tierra por el tacto / llena de ríos, paisajes y colores, / pero al copiarlos siempre me equivoco. / Necesito escribir ciñéndome a una raya / sobre el libro del horizonte. / Dibujar el milagro de esos días / que flotan envueltos en la lu / y se desprenden en cantos de pájaros. / Cuando en la calle los hombres que deambulan / de su rencor a su fatiga, cavilando, / se me revelan más que nunca inocentes. / Cuando el tahúr, el pícaro, la adúltera, / los mártires del oro o del amor /son sólo signos que no he leído bien, / que aún no logro anotar en mi cuaderno. / Cuánto quisiera al menos un instante / que esta plana febril de poesía / grabe en su transparencia cada letra: / la o del ladrón, la t del santo, / el gótico diptongo del cuerpo y su deseo, / con la misma escritura del mar en las arenas, / la misma cósmica piedad / que la vida despliega ante mis ojos.

AJT.- Guillermo Sucre dice (en su memorable “La máscara, la transparencia”) que “oímos una voz que discurre con libertad y hasta con cierto don poético, esa vo siente luego que está violando un secreto o que simplemente se ha excedido o quizá que ha tomado el mal camino, incluyendo el poético, y entonces sabe replegarse sobre sí misma, se concentra (¿o se dispersa?) hasta regresar al silencio; se borra finalmente y se acoge al orden (¿real, irreal?) del mundo”. He aquí enumeradas algunas de las características de la poesía que hoy en día se hace, y que algunos han bautizado como “poética del silencio” o “poética de la retracción”. Sin embargo, ¿no cree usted que es bueno el silencio pero nada hay mudo?

EM.- Creo en la vida bajo forma terrestre, / tangible, vagamente redonda, / menos esférica en sus polos, / por todas partes llena de horizontes./
Creo en las nubes, en sus páginas / nítidamente escritas, / y en los árboles, sobre todo al otoño. / (A veces creo que soy un árbol.) /
Creo en la vida como terredad, / como gracia o desgracia. / —Mi mayor deseo fue nacer, / a cada ve aumenta. /
Creo en la duda agónica de Dios, / es decir, creo que no creo, / aunque de noche, solo, /interrogo a las piedras, / pero no soy ateo de nada / salvo de la muerte.

AJT.- “Alguna vez escribiré con piedras, / midiendo cada una de mis frases / por su peso, volumen, movimiento. / Estoy cansado de palabras”, así comienza su poema “Escritura” de “Alfabeto del mundo”. ¿Quiere esto decir que las palabras, el poema, nos separa de las cosas?

EM.- Por el tiempo que quede / enseñemos a hablar a las piedras. / Un poco de paciencia basta, un poco de nieve, / algún sollozo menos refractario. / Azules son las voces del Atlántico / y con rumor de caracolas ebrias, / ¿por qué nadie las dice a las piedras? / Ellas quedarán por nosotros, / ellas se lavarán en el diluvio /profundas, porosas, inocentes, / Un poco de paciencia basta, un poco de nieve, / un simple amago más fraterno. / Ellas podrán contar a solas / la última historia de la tierra / y recordarnos ante el mar / cuando arrastren las olas otros leños.

AJT.- Las palabras decretan los cursos subterráneos del aliento. Sin embargo, las palabras nos brindan murallas de babel. Tras una palabra hay otra palabra como tras un rostro hay otro rostro. Las palabras participan en el mundo. Y todavía más: es el mundo en pleno proceso. Es movimiento, es vida. A este respecto, ¿cree usted que en las palabras no ocurre nada, sólo la presencia virtual de las cosas; que el mundo se evade y el hombre se queda como en una candor que todo ignora? ¿Es la carencia la que nos hace escribir?

EM.- Cuando me vaya de la tierra dormido / todos mis poemas volarán por el aire…/ La sangre escrita de mis noches en vela, / el frágil cuerpo donde me resguardo / y los sueños hurtados a los días / también se irán conmigo en el gran viaje./ Me llevaré la calle donde vivo / y esta ciudad amada piedra a piedra, / llena de autos feroces / hechos para velocidades invisibles. Uno tras otro me seguirán los libros / en su fila de errante peregrinaje / con letras verdes, rojas, amarillas. / A través de las nubes, gravitando / en sus blancos molinos inocentes / retornaré al lugar donde me hallaba / antes de haber nacido. / Ya no hablaré sino el idioma de los pájaros. / Todos mis poemas volarán por el aire.




[Eugenio Montejo nació en Caracas el 19 de octubre de 1938, y murió en Valencia el día 5 de junio de 2008]