31/10/09

La Cuerda del Arco, revista de poesía (nº 1, 2, 3 y 4)

Si se dobla un palo y se ata con una cuerda que no le permita enderezarse, la cuerda lleva en sí la energía del palo doblado. Así, la tensión de la cuerda en relación con la energía engendrada por la torsión del arco, constituye la unidad de dos contrarios en una totalidad. Este equilibrio dinámico es otra manera de expresar la dualidad que, a nuestro entender, anima a todo quehacer poético, como recurso a la duración interna, que escapa al acontecimiento, y que, por tanto, ennoblece, a través de los signos que la componen, al ser efímeros que somos.


CA-1

LA CUERDA DEL ARCO, revista de poesía, nº 1 (marzo 1988)

Director: Antonio José Trigo
Secretaria de redacción: Victoria Chacón
Diseño gráfico: ajt
Dibujos: Pedro Molina


SUMARIO:

- Juan Cervera: “Sextinas del amor intocado”
- José Antonio Jiménez: “Los poemas del río”
- Humberto Senegal : “Haikús”


CA-2

LA CUERDA DEL ARCO, revista de poesía, nº 2 (mayo 1988)

Director: Antonio José Trigo
Secretaria de redacción: Victoria Chacón
Diseño gráfico: ajt
Dibujos: Jesús Morillo


SUMARIO:

- Francisco Basallote: “Breve calendario en Piscis”
- Francisco José Cruz Pérez: “Poemas”
- Agustín María García López: “Teorías”
- Manuel Jurado: “Nueve poemas atlánticos”
- José Antonio Moreno Jurado: “Variaciones sobre un mar en otoño”

EDITORIAL:

(Notas para una CONSOLACIÓN DE LOS POETAS O BUFONES ASEDIADOS)

“Tan sorda queja tiene la soledad como el desierto” (Góngora)

Hay que sentir cada vez más la solidaridad directamente humana y terrenal, cotidianamente profunda y conmovedora, actuando en el pensamiento y sentir la burla por lo gregario humano, el desprecio ante la lógica, no ya como el que constantemente pule sus perfiles —las vaguedades que se van por los caminos del reflejo— sobre su ser de secreciones, con ese vago anhelo de conocerse y ser ante el espejo de control y de advertencias, atenuado de bruma crepuscular, envuelto en velos primiciales, en paisajes desteñidos, tras el miedo que incorpora su fantasma en la sombra, sino como aquél cuya luz interior se labra ásperamente, concretando su desvelo, doliéndose del despredimiento, lejos de la tiranía de lo accesorio y de la domesticidad de la rutina, avivando un dulce brote de ansiedad frecuente, descifrando los signos y transmitiendo sus señales, como llevado pájaro sin sueño, donde se le advierte en sus ausencias y en sus urgencias.

Quizá sea esta actitud, a la orilla del acontecer, una expresión heroica de quien sabe que está determinado y obedece toda imprudencia viva, no quedándole más remedio que meditar sobre la eternidad para aplacar el rencor de su espíritu: defendiendo no lo curioso, sino lo frenético, con corazón salobre y vagabundo; perdiéndose hacia arriba en una sublimación sobre el vacío, hasta encontrar el ámbar de la noche, que está pero no se supone dónde.

De hecho, como bien dijo Nietzsche, “lo sublime no es sino la subyugación artística sobre lo terrible”, que siempre anega, haciendo sombra de música, guardando una semilla negra de agostamiento.

Es la convulsión de negaciones, de tinieblas blancas; el desconcierto lírico, como base, y la pureza íntima como fin, con tal de “apreciar sin vértigo la extensión de su inocencia” (Rimbaud); de recobrar el equilibrio difícil —gravitación del vértigo— que uno pierde cuando se posa en la ruta de las cosas y las mayorías…, donde brotan los pasatismos y vanguardismo aleatorios.

Ese equilibrio que une lo visto y lo adivinado en una sensitiva imprecisión, ambos en distracción y riesgos, desde los pequeños círculos íntimos hasta su proyección en grandes horizontes.

Esa difícil unidad entre el ser y el espacio, soledad y desierto, cuyo sentido está creado con la sustancia de una ansiedad lejana, haciéndose legítima la calidad de la queja sorda.


Antonio José Trigo


CA-3

LA CUERDA DEL ARCO, revista de poesía, nº 3 (octubre 1988)

Director: Antonio José Trigo
Secretaria de redacción: Victoria Chacón
Diseño gráfico: ajt
Dibujos: Pepe Pons


SUMARIO:

- Juan Bautista Villaseca: “Poemas”
- Miguel Angel Zapata: “Poemas”
- Denise Levetov: “Muertes “(de su libro: “La escala de Jacob”)
(Traducción: José Kozer)
- Antonio Rodríguez Jiménez: “El rostro mentiroso”
- Juan Cervera: “Haikús”


INTRODUCCIÓN DE ENCARGO:

Pose nº 1

Como dice Sócrates en el “Fedón” platónico, el poeta “debe tratar en sus poemas mitos y no razonamientos·”. De ahí que el propósito de la poesía no sea el de “hacerse entender”, sino el jugar ancestralmente en la simbología. Para ello hay que poblarla de actos t de movimientos, aunque sean variaciones sobre un mismo movimiento primario, que necesitan de un lenguaje de ideación, esto es, una expresión elíptica que guarde significados implícitos y en parte inexpresables, donde toda traslación fantástica se deshaga en lo óntico. Es por ello, precisamente, que Platón no quiso desterrar a los poetas, sino que vino a decir, más o menos, lo siguiente: “El mejor homenaje que se puede hacer a los poetas es desprenderse de ellos”.


Pose nº 2

Hasta el momento, pues, los poetas no están obligados “constitucionalmente” a guardar silencio, aunque socialmente no tengan ningún significado, estén dejados a su arbitrio, sin poder escapar a la maldición de estar condenados a ser, “malgre lui-même”, poetas.


Pose nº 3

La poesía todavía no se ha perdido en la noche de los tiempos, pese a tantas hondas y agudas sentencias poéticas con “acopio de estética”. La poesía como un medio para un fin, no como un fin en sí misma, con tal de buscar y solicitar el ser bajo sus mascaradas y sus gesticulaciones; de desenmohecer todas las pretensiones o todas las alienaciones.


Pose nº 4

La poesía como comentario “metafísico” al desencuentro del hombre con la realidad, a cuya dimensión ha de salir a desnudar su alma.


Pose nº 5

En definitiva, en una época como ésta en la que la poesía se hace lectura ocasional y poco transitada; en la que el divorcio entre producción poética y público está determinando una actitud defensiva por parte de los poetas, porque al final de cuentas, nadie quiere que escribas, ¿qué más da que no sea comunicadora, que no pertenezca a la vorágine de lo cotitiano?


Pose nº 6

Para expresarlo con fraseología wittgensteiniana, la poesía es más para ser “mostrada” que no para ser “dicha”. ¡Escribir o callar-morir para siempre!


Juan de Rosas Palacio


[Este nº 3 de LA CUERDA DEL ARCO iba acompañado de la Separata nº 2 (octubre 1988), así como de una hoja a modo de prospecto de medicamentos, que a continuación acompañamos.]


prospecto



CA-4



LA CUERDA DEL ARCO, revista de poesía, nº 4 (septiembre 1990)

Dirección de edición & Proyecto gráfico: Antonio José Trigo
Comité editorial: Floriano Martins (Brasil); Miguel Angel Zapata, José Kozer, Gonzalo Rojas (USA); Amadeu Baptista, Vergilio Alberto Vieira (Portugal); Enrique Verástegui (Perú); Samuel Tarsicio Valencia, Humberto Senegal, Carlos Enrique Ruiz (Colombia); Juan Cervera , Librado Basilio (México); José Luis Zerón, José Manuel Ramón, Agustín maría García López (España); Reynaldo Jiménez, Víctor Redondo, Alberto Luis Ponzo (Argentina); Marcel Hennart (Bélgica).
Artista plástico invitado: Alberto Blanco.


SUMARIO:

- Jorge García Usta: “Libro de las Crónicas”
- Enrique Verástegui: “Ángelus Novus”
- José Kozer: “Carece de Causa”
- Rei Berroa: “Libro de los Fragmentos”
- Armando Romero: Las Combinaciones debidas”
- Roberto Picciotto: “Hasta el Solsticio”
- Juan Manuel Roca: “País Secreto”



“Lo que dicen las palabras no dura. Duran las palabras. Porque las palabras son siempre las mismas y lo que dicen no es nunca lo mismo”. (Antonio Porchia)


¿De qué hablamos cuando hablamos de poesía?

Aunque no creemos que la poesía mueva o conmueva mucho a nadie hoy día, no podemos dejar de demostrar una bondad de aprehender las sutiles antenas del acto poético, aun cuando quien entra en el espacio poético supone debe encontrar medidas ideales, pero pronto se desengaña y se da cuenta que aquí, como en otros ámbitos, también rigen los intereses triviales.

A este respecto, como cree Cioran: “los poetas, salvo pocas excepciones, son juntamente verdugos y mártires de la palabra”.

Mala época, pues, para la poesía, y albricias para los ciudadanos que escriben poesía, obligados ellos mismos a agruparse en unidades de fácil contabilización, resultándoles difícil involucrarse en el mundo. Pero lo peor de todo es que el poeta apenas escucha al poeta, cuando todos escribimos, por principio, al dictado de otros, perdidos en versiones, recreaciones, interpretaciones de un mismo tema, paralelismos intencionados, afinidades expresas, etc.

Pese a todo, ello no evita se haga saber nuestro particular compendio de afirmaciones, pues tal como suceden los tiempos, no hay más remedio que invocar “una idea de hombre” ante toda acción, todo proyecto, expresando —¿cómo no?— una reacción personal y una declaración de principios. Vamos, que hay que aparecer en público como individuo, y no como representante de tal o cual camarilla que se aclama recíprocamente. Por ello, de entrada, ¡ya!, hay que pedir perdón por no satisfacer a aquellos que se sumergen en las revistas literarias en busca de algún que otro placer de la ambigüedad culturalista, porque no debe tolerarse ningún grado de decadencia, todo lo contrario, hay que estimar el diletantismo, la clarividencia, la sensibilidad para el juego poético, venciendo con furia y sin consuelo, pudores pacatos, infantilismos y localismos.

Antes, al poeta se le exigía un compromiso político; ahora le piden que enuncie un “proyecto literario”. En este sentido, hoy se suele preguntar a los poetas: ¿con qué proyecto, desde dónde escriben?, los cuales suelen responder remitiendo a las antologías redituables que establecen unas relaciones competitivas y frígidas, como queriendo decir: “Sé que soy poeta, y bueno, lo siento; que es el mayor conocimiento sentir”, sin darse cuenta de que “cuantos más unidos, más solos”, que solía decir Juan Salvat-Papasseit.

Al igual que los seguros de vida dotan al hombre de una envidiable autoestima (aunque lógicamente se hagan por todo lo contrario), parecido es, en poesía, el recurso a las antologías. Porque la gama de coberturas que ofrece tener una póliza de credibilidad antologable, cubre cualquiera de los múltiples riesgos —personales o patrimoniales— que pueden acontecer.

Así, pues, si usted, lector, es poeta y quiere sentirse plenamente seguro de su autoestima, acuda a una antología de confianza, toque el ombligo del crítico potentado, avieso en jurados de concursos poéticos, que te seleccione y te amplifique por medio de dispositivos adecuados, y no se deje amedrentar por el terror a la página en negro. Todo ello te inducirá a andar por mil recovecos, a sospechar el tomar sitio en la subasta de los poetas que a otros poetas se les venden y se les entregan incondicionalmente, con tal de que el rumor halagador se transforme en canto de apoteosis entre colegas y correligionarios. No temas, de esta manera no se te caerán de las alforjas de los bastimentos parnasianos aquellos compromisos de dedicación de la vida a elevados propósitos que un días hiciste y, además, podrás hablar, buscar y dudar sin exponerte demasiado al desprecio o al insulto.

Como en todas las levas artísticas, en el ámbito poético hay de todo. Poetas paniaguados o víctimas. Poetas clandestinos o declarados. Poetas autonómicos o municipales. No obstante haber poetas virtuosos y austeros que viven retirados y huyen de las distracciones y concurrencias, hoy lo que existen son asociaciones, más o menos tácitas, de poetas frecuentadores de “parties” mundanos, teorizadores en simposios culturales de variada vitola (por aquello del intelectual integrado), poetas “brokers” de variadas fiducias, para quienes cuando se tercia, se discute, pero sin ser indulgentes y fraternos. Unos y otros se miran de soslayo, se vigilan y se espían. Ordenan sus estados de gracia. Enseñan incongruamente sus manifestaciones de intemperancia, estupro y crápula. Con toda su falsa sublimidad y su trascendencia, la tendencia general de la poesía que hoy se escribe en este país, se basa en la creencia de que el amor es un exceso de realidad, lo cual sopesan con un exceso de intelectualismo y con una continua proliferación del discurso.

Por nuestra parte, frente a dicho estado de pesantez intelectualista en la poesía actual, de quienes, con dedos grasientos, creen que son poetas porque escriben en una lengua culta, que habla y piensa por ellos, sólo podemos oponer la sencillez intuitiva y la contención, e impugnar que entre la tierra y el cielo hay más ritmos de los que sueñan los poetas, aunque ya se sabe que la única filosofía que vale es la que expresa la poesía, con turbación y estremecimiento.

La poesía comienza siendo un acto solitario, e implica la ruptura con todos los lugares comunes, de ahí que las conferencias, simposios, encuentros, antologías, enumeraciones, índices, roles, elencos, inventarios, repertorios, censos,…, donde se habla mucho de poesía sin incidir directamente en las cuestiones que deberían tratarse, destruyen la grandeza del mester. Si a esto añadimos que el público asistente a los actos de poesía no exige mucho tiempo para otorgar su reconocimiento, ya está todo previsto. Es en dichos actos donde tales prebostes o intendentes de la poesía asalariada apuestan por una poesía que constantemente ensaya una despedida, aparte la farsa y el arrobamiento histérico, menopáusico, de ciertas tonterías.

Por doquier los poetas levantan tinglado ceremonial para jalear, loar, ensalzar, lo cual resulta la peor de las formas en que un poeta puede comunicarse. Sin duda, los poetas lo hacen porque es lo más fácil, les cuesta menos trabajo que escribir un poema enterizo. Hablar de poesía cuesta muy poco y exige poco trabajo; además es sumamente útil y barato ya que es fuente de fácil información para los medios de comunicación. El tinglado ceremonial conlleva el hecho de que siempre se repiten las mismas cosas, siendo lo peor de todo el que se considere como poesía todo aquello que la invalida. Así, por ejemplo, se habla de los poetas, una vez muertos, de las cosas que se cree que aquellos dirían, lo cual es tener razón por interpósito cadáver. Pero no acaba ahí la cosa, porque siempre que los poeta se infiltran en dichos tinglados ceremoniales es para acoger la preeminencia, aposentar el mando, resguardar la propiedad, empinar la dominación, esconder la autoridad, despertar la vigilancia, encender la sospecha, transformar la calumnia, nutrirse de recelo, orientar la traición, envolver la malicia, fecundar la violencia, exprimir la adulación, ensanchar la pusilanimidad, tensar el pavor, embriagar el furor, vestir la delación, inducir la intriga, adiestrar la falacia, alentar la altanería, llevar la querella, fortalecer el atropello, urgir la venganza, aforar la palabra, atontar la opinión, catequizar el pensamiento, enjutar la tristeza, refrenar la súplica, petrificar la impiedad, afilar la crueldad y cubrir la muerte.

Dichos acólitos de cagatines, abortadores de amores amnésicos, se pasan el tiempo tratando de olvidar con sus exabruptos esteticistas, que a la hora de la verdad, se quedan en casa, más propensos a la incertidumbre y al retraimiento, lo cual, dicho sea de paso, conforma la imagen tópica del poeta, más algún “plus” añadido por índice de pusilanimidad —que no peligrosidad— que confina el sonambulismo huraño.

No hablemos de quienes se visten de estúpida alondra del desierto o de puritano de la macrobiótica, o de quienes, por contrapartida creen que para ser más excelso poeta hay que intoxicarse con tabaco, hipnóticos, aspirinas y alcohol, por aquello de que ser escritor maldito no es más una manera para la opinión de sofocar o de disuadir la provocación, con tal de colocar en todas partes su existencial efigie, pero que al final —¡caray!— resulta que no son más que portadores del verbo o, lo que es lo mismo, escritores de segunda mano, pues no tienen en cuenta el hecho de que a toda heterodoxia es esencial la referencia directa a la correspondiente ortodoxia. De lo contrario, se la puede calificar de heterodoxia estupefaciente.

No. No hablamos de quienes, confundiendo este manierismo con un anticonformismo, lo adoptan como estilo de vida, porque es de saber que ya hay quienes hemos dejado de tomar en serio a la “generación” de los poetas-profesores, es decir, de quienes siguen enseñando la poesía como una ciencia, negándose ser, como dijo Cervantes, “el regocijo de las musas y otras baratijas que vuestra merced ha dicho”.

Pero lo más grave de todo es esa terca teoría del discurso dominante, según la cual tenemos que estar dispuestos a aceptarlo todo, ya no con resignación, sino con entusiasmo, hundidos en la banalización autocomplaciente. La ventaja está precisamente —como alguien ya ha dicho— en que los poetas nos hablan de sí mismos, pero no nos cuentan su vida. No hay poeta que no suela caer en silencios y dudas, porque, a este respecto, no puede olvidarse que por espacios paralelos otros solitarios desbrozan caminos paralelos.

En definitiva, y dado que la única comunicación seria es la comunicación escrita, nosotros siempre apostaremos por aquellos que, con rotunda hombría, inexorables en su anónimo, no rinden un centímetro de su terreno para ir hacia el público; quienes, con hosquedad, no postulan el encanto, sino el conocimiento de los orígenes de la expresión, exaltando la exigencia poética de lo social sin embrollar los propios discursos en mariconerías pitopáusicas. Son aquellos que no admiten, para su obra, otra envoltura que la que ellos mismos escogen y ordenan, de una manera dura, viril y severa, con notable logro y amedrentadora insumisión, al margen de los embalsamadores que hacen someros sumarios (léase antologías) de poetas, y más allá de todas las denegaciones prosaicas de lo cotidiano, con tal de desbrozar la realidad como artificieros del pensamiento, de reconocer su ambigüedad, dada su inscripción en la existencia viviente y, por tanto, de saberse sujetos limitados “hic et nunc”, pues, como dice Antonio Porchia, “el poeta no es una cosa hecha. Es el ignorado por sí mismo”.


Juan de Rosas Palacio

27/10/09

La Cuerda del Arco nº 5 (Abril 1995)

No tires ya más, sino condúcelo
quietamente sin asir:
el arco nunca debería saber
cuando la flecha ha de partir.


CA-5-0 copia


PRESENTACIÓN


“Si se dobla un palo y se ata con una cuerda que no le permita enderezarse, la cuerda lleva en sí la energía del palo doblado. Así, la tensión de la cuerda en relación con la energía engendrada por la torsión del arco, constituye la unidad de dos contrarios en una totalidad. Este equilibrio dinámico es otra manera de expresar la dualidad que, a nuestro entender, anima a todo quehacer poético, como recurso a la duración interna, que escapa al acontecimiento, y que, por tanto, ennoblece, a través de los signos que la componen, al ser efímeros que somos.”


Con estas palabras surgía con vitalidad al terreno de las publicaciones periódicas de poesía: La Cuerda del Arco. Han pasado ya cuatro años desde el último número.

Entonces, a tientas, pero con gran entusiasmo y febril artesanía, fuimos modelando la línea de un perfil poético, y difuminamos algunas luces en la árida noche. Veloces, alcanzábamos a disparar la flecha y a recibirla. Entonces, era extravagante buscar una filiación entre aquel enfoque y la “saeta detenida” de Zenón d e Elea, pero sin duda la flecha no avanzaba a pesar de haber sido disparada. Luego, ¿se trataba de Zen? ¡Tampoco! Pero sin duda habíamos encontrado nuestra propia manera de disparar la flecha sin ver el blanco.

Entonces, la Cuerda del Arco fue tribuna de poetas que hacían gestos muy raros y pomposos; se despertaban cada mañana con la sensación de estar en un espacio más engañoso, más lleno de objetos falsos, objetos sin historia que les rodeaban de soledad; reducidos a los muros, a la extensión del cuarto, se sentaban a su peor enemigo: ellos mismos a quienes observaban como un espectáculo inútil, como si se hubieran levantado siempre tarde a la vida. Los resultados eran obvios: los poemas publicados casi siempre eran narcisos y retóricos, fisuras insidiosas de la vida cotidiana; poemas que — como tajos del olvido—, reconocían la imposibilidad del poema.

Ahora, en cambio —aunque con el mismo sosiego de jornadas obligantes que entonces, pero con otra finalidad, otra determinación—, La Cuerda del Arco es tribuna de poetas que reconocen cómo afrontar la realidad exterior sin que ello suponga ningún obstáculo que les impida llegar al fondo del ser. No recurren, pues, a la desgarradura. No bracean en el lenguaje hacia lo desconocido, porque no les sirve de aliento la ausencia. No identifican el poema con el esfuerzo mismo de su hechura. Van más lejos que su papel, sin detenerse al borde de la respiración. Los resultados son evidentes: los poemas que se publican se dejan contaminar por todo aquello que les otorga olor, color, sabor; poemas que, en definitiva, reconocen en lo creado al Creador.

Ahora comprendemos mejor porqué arco tan difícil de tensar no conviene a puños impotentes.






17/10/09

Casimiro de Brito: entre el caos y la transparencia

Al leer los poemas de Casimiro de Brito uno encuentra las características de la buena poesía, que podríamos enumerar de la siguiente manera: el poema pasa sin solución de continuidad desde la explosión del conocimiento hasta el sonambulismo de aquellos momentos en que la realidad es tan excesiva que se pierde la noción de las cosas; pasa desde la revelación de la flor hasta la visión de la opresión y del amontonamiento de oscuras demoliciones; desde la acción hasta la contemplación; desde la desmesura de la batalla poética hasta la irrealidad de un aturdimiento sin sentido.
Estas características, junto a aquellas otras que él mismo nos sugiere en esta conversación, nos acercan a su mundo poético.



¿Es posible considerar la poesía como un ejercicio de pureza contra la cruel amenaza del lenguaje?

— ¿Cuánto pesa una palabra? ¿Dónde la balanza que las pueda pesar si ellas, las palabras, son a veces más leves que el aire? Sutil aproximación del silencio la que se hace a través de la palabra poética, alquímica. Cuando un hombre se aproxima a la esencia del ser y siente fundirse al cuerpo en redor; en el dorso infinito de la madre absoluta... La palabra, entonces, sólo tiene sentido si disimula las dunas del silencio. Desnudamiento mutuo al final —ritmos que se confunden como se confunden, en la pintura de Tapiès, la cruz obsesiva y la miel de la tierra, como en nuestra vida se confunden en cada momento el magma y la ceniza y, en la rosa, su voluptuosidad y la dolencia anunciada... ¿Qué hago yo entonces en los libros de mi oficio? Deslizo, me muevo como puedo entre la escritura de la tierra y el vacío flexible de mis propias señales, signos. Dos respiraciones. Tal como Descartes se veía “en el término medio entre Dios y la nada, (...) entre el ser supremo y el no-ser”, así me muevo yo en estas aguas casi heladas de donde salgo terriblemente quemado.

—Reducir la poesía, como suele hacerse, a un discurso literario al servicio de diferentes y contradictorias estrategias culturales es una de las formas más seguras de empobrecerla y despojarla de su contenido espiritual. ¿Estás de acuerdo con nosotros en creer que la palabra poética, el legado espiritual de la poesía, son normas de perfección interior y humanidad que nada tienen que ver con las proclamas de algunos grupos y su manipulación interesada por quienes se esfuerzan en promover una atmósfera de confusión y de literatura comercial?

—La palabra comercial no tiene nada que ver con el mundo, sino apenas con las estrategias casi siempre pornográficas de un submundo pseudo-cultural. El contrato "entre la palabra y el mundo" de que habla Georges Steiner está siempre por ser roto por unos y recuperado por otros, y ese contrato no deja de fascinarme, ante todo porque ni las rupturas son definitivas (aunque se trate de Mallarmé o de Joyce), ni las alianzas exentas de distanciamiento. Signos que nos parecen en un momento dado pegados a lo real, trátese del mundo exterior o de realidades personalísimas, surgen después, por la magia de su transparencia, en situación soberana y casi "artificial", lo que de hecho son: artificios de papel donde se inscribe la memoria del olvido, la “claridad cósmica” mencionada por Hermann Broch. Más aún: si no siempre es legible en la palabra poética el caos, la angustia de su origen, algunos, algunos oídos privilegiados podrán escucharla. Todos cabemos, aunque diferentemente, en el espacio que se forma alrededor del poema. Un juego, al final; un juego perverso entre un “homo ludens” que permanece muerto bajo la luz de su texto y otros hombres no menos lúdicos que transforman el poema en su casa impermanente, ahí donde otro ser de nosotros es fundado.

—Para ti el poema es “de fuego devorador”; como el agua, los poemas están “abiertos a la geometría de todos los cuerpos”. ¿Entiendes, por tanto, el poema como una alineación de símbolos cuyos destellos brotan a medida que se penetra la geometría espiritual de las palabras?

—El poema para mí es fuego devorador pero es también otras innumerables cosas... que oscilan entre el caos primordial y un cierto deseo de transparencia. “La transparencia de todos los misterios”, escribía Lezama Lima en un diario de 1939... ¿Será la transparencia de los enigmas más oscura que el enigma de transparencia? Esa claridad, ese deseo de transparencia que me sustenta no es menos oscuro, no... oscuridad de metáforas blancas, vocación del "haiku" o del aforismo, hilos del habla que se aproximan al invisible como si yo viese lo que de hecho no puede ser visto ni escuchado.

—Como el árbol se pliega a su tropismo, el animal a su instinto, ¿crees que la palabra se pliega a una motivación de luz?

—La luz, la luz...”habitarla / suspenderme ileso en ella / y en mi rostro sereno / libertarla” —escribí hace 30 años, allá lejos en el comienzo del oficio. Y no aprendí nada. La vocación de la luz continúa, una luz o sonido fósil que preside nuestra pobre diáspora, pero ahora yo sé (aunque no sepa nada) que la morada de la luz es al mismo tiempo un deseo y un destino. No hay diferencia entre el día y las tinieblas, entre caos y armonía, lo que hay son ritmos, ciclos, mareas; no hay diferencia fundamental entre ser hombre y no serlo, entre la vida y la muerte —breves y varias respiraciones de la Gran Respiración. ¿Podrá el poema decirla? Broch dice que sí, que ella, la literatura, “incorpora el reflejo de ese brillo transcendente”. Es una cuestión de alcanzar o no la perfección, sus márgenes —una perfección que en sí contenga una saludable reserva de caos, de impureza, de “signos en rotación”, en fin, ese lugar oscuro donde una presencia inaugural sea también un lugar ausente que acoja nuestra tendencia al exilio, a una soledad más acompañada. El poema dura (la dulce soledad del poema) porque está lleno de misterio, ese frágil misterio del “duro deseo de durar” de que hablaba Eluard.

—Igualmente podríamos decir que la palabra se pliega a una motivación de silencio, ¿no?

—El silencio, si. El silencio. Pudiese yo merecerlo.

—El poema, ¿es el único país donde nos derrotan?

—No sé. El poema no es efímero ni eterno, oscila, es un animal mutante y mudado por quien lo frecuenta, un insecto de mil colores de inmediato asociado a otros modos de escucha, y todos ellos son justos. No me olvido que el poema es también el acto tan subjetivo de “descifrarlo”, de asociar a su cuerpo una piel nueva para uso de quien a él se acrecienta. Cada lector de San Juan de la Cruz leerá otra cosa en estos versos:


“Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche”.


La clarividencia que cada uno de nosotros asocia a este terceto lo vuelve un objeto múltiple, animal andrógino y variadísimo, sonido zen, exorcismo, amazónica floresta. En este sentido el poema es más espejo que ventana.

—Entonces, ¿crees que el poeta es quien, obligado a contemplarse en el mismo espejo sin cambiar de tierra ni de cielo, hace de su manera de esquivar lo más tedioso cotidiano toda una razón de fuego, transparentando la podredumbre y la belleza del día?

—No sé. O muy poco. Sé que hay una balanza cualquiera..., una balanza donde se pesa el banquete invisible, su prolongada devoración... Donde todo ese manantial se pesa y repesa con los signos del vacío y de la nada... suprema depuración. Me seduce el silencio pero soy donde estoy siendo una voz infinita —el todo del centro y la nada en abierto como si me dictasen cualquier cosa desde muy lejos. Pero digo, insisto: no me distraigan, no me desvíen de mi camino, de la única cosa que poseo, el ritmo personalísimo de mi muerte.


Entrevista de Antonio José Trigo

(Publicada en la revista “Imagen Latino Americana”, Caracas Venezuela, 1993)

8/10/09

Separata nº 2 de La Cuerda del Arco (octubre 1988)

 

Separata nº 2 de La Cuerda del Arco (octubre 1988):

— "Ocarina" de Javier Tafur (Colombia)
— Poemas y aforismos de Francisco Toledano (Madrid, España)
— "Flash" de José Kozer (New York)
— "Haikus" de Eugenio Florit (La Habana, Cuba)
— Poema de José Luis Zerón (Alicante, España)
— Poema de Pepe Pons (Sevilla, España)
— "Semilla" de Jean Nouel (Venezuela)