27/10/09

La Cuerda del Arco nº 5 (Abril 1995)

No tires ya más, sino condúcelo
quietamente sin asir:
el arco nunca debería saber
cuando la flecha ha de partir.


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PRESENTACIÓN


“Si se dobla un palo y se ata con una cuerda que no le permita enderezarse, la cuerda lleva en sí la energía del palo doblado. Así, la tensión de la cuerda en relación con la energía engendrada por la torsión del arco, constituye la unidad de dos contrarios en una totalidad. Este equilibrio dinámico es otra manera de expresar la dualidad que, a nuestro entender, anima a todo quehacer poético, como recurso a la duración interna, que escapa al acontecimiento, y que, por tanto, ennoblece, a través de los signos que la componen, al ser efímeros que somos.”


Con estas palabras surgía con vitalidad al terreno de las publicaciones periódicas de poesía: La Cuerda del Arco. Han pasado ya cuatro años desde el último número.

Entonces, a tientas, pero con gran entusiasmo y febril artesanía, fuimos modelando la línea de un perfil poético, y difuminamos algunas luces en la árida noche. Veloces, alcanzábamos a disparar la flecha y a recibirla. Entonces, era extravagante buscar una filiación entre aquel enfoque y la “saeta detenida” de Zenón d e Elea, pero sin duda la flecha no avanzaba a pesar de haber sido disparada. Luego, ¿se trataba de Zen? ¡Tampoco! Pero sin duda habíamos encontrado nuestra propia manera de disparar la flecha sin ver el blanco.

Entonces, la Cuerda del Arco fue tribuna de poetas que hacían gestos muy raros y pomposos; se despertaban cada mañana con la sensación de estar en un espacio más engañoso, más lleno de objetos falsos, objetos sin historia que les rodeaban de soledad; reducidos a los muros, a la extensión del cuarto, se sentaban a su peor enemigo: ellos mismos a quienes observaban como un espectáculo inútil, como si se hubieran levantado siempre tarde a la vida. Los resultados eran obvios: los poemas publicados casi siempre eran narcisos y retóricos, fisuras insidiosas de la vida cotidiana; poemas que — como tajos del olvido—, reconocían la imposibilidad del poema.

Ahora, en cambio —aunque con el mismo sosiego de jornadas obligantes que entonces, pero con otra finalidad, otra determinación—, La Cuerda del Arco es tribuna de poetas que reconocen cómo afrontar la realidad exterior sin que ello suponga ningún obstáculo que les impida llegar al fondo del ser. No recurren, pues, a la desgarradura. No bracean en el lenguaje hacia lo desconocido, porque no les sirve de aliento la ausencia. No identifican el poema con el esfuerzo mismo de su hechura. Van más lejos que su papel, sin detenerse al borde de la respiración. Los resultados son evidentes: los poemas que se publican se dejan contaminar por todo aquello que les otorga olor, color, sabor; poemas que, en definitiva, reconocen en lo creado al Creador.

Ahora comprendemos mejor porqué arco tan difícil de tensar no conviene a puños impotentes.