26/11/08

José Angel Valente: poeta en “tiempo de miseria”



Rigor, economía, ironía, abstracción, símbolo y alegoría presiden toda la obra poética de José Angel Valente. Para comprenderla, no basta acudir al cómodo expediente de explicarla como simple “poética del silencio”. De ser así —como lo pretende parte de la crítica especializada, ya para abuchearla,, ya para vitorearla—, la obra poética de José Angel Valente sólo sería un anti-retoricismo, una simple reacción contra el canon de las explosiones, proclamaciones y excesos retóricos. Lo retórico tiene un carácter lineal, superficial, de forma cerrada, unitario y claro; mientras la poesía de Valente, preocupada por la materia del mundo, presenta los caracteres opuestos; circular, profundo, de forma abierta, plural, oscuro.

Quienes resbalan por su poesía ven efectismo sorprendente, capacidad filosófica, dinamismo. Se pierde de vista la agudeza conceptual, la tenebrosa belleza que destruye las palabras, las quintaesencias alusivas. No es que la poesía se haga mística, es que la poesía fluye en gozoso y penetrante tejido de conceptos que no tiene por qué resultar moroso, cansado, puramente ornamental. Como el mismo poeta dice en algún lugar: “La poesía vuelve a ser filosofía, política, historia y mística sin perder su personalidad óntica, porque todo eso es el campo de la poesía: una totalización de contradicciones, una visión azarosa y necesaria, lo que el tartamudeo azaroso de las formas, revela”.

La poesía de Valente, pues, como mística heterodoxa, huye del “engaño colorido”, del “arte ostentando los primores”, de los “falsos silogismos”, de las lisonjas que excusan los horrores de los años y nos recuerda, una y otra vez, que “en tiempos de miseria, de mentira, sólo es posible el canto solitario”, entre otras razones porque ya hay demasiadas “palabras inservibles (que) reconstruyen la insólita balanza de lo justo”.

Sortilegio, abertura, fragmento suspicaz, teoría del conocimiento y “caída del alma a la concreción primaria” —como diría tenazmente sor Juana Inés de la Cruz—, ese es el espíritu de la poesía de Valente. Su voz se recorta, más que se corta, por la objetividad de los temas que plantea. Tras la experiencia altamente poética de su primera etapa, sucede otra aventura poética serena, apacible, en consonancia con su genuina vocación mística, esto es, por procurar, con la palabra, esa “zona de máxima tensión del lenguaje” —al decir de Pere Ginferrer—, pero sin dejar, sin olvidar su encarnación histórica.

Sin embargo, Valente no se interesa por la recreación del universo, sino por el origen, el alcance y los límites del conocimiento. Sacudido en lo más profundo de su fuerza por el carácter propiamente “no-decible” de las palabras que utiliza, poetiza el lenguaje, advierte la función lírica y lúdica, musical y semántica de las palabras: juego alterno de lo divino y lo humano pautados por música de términos que no son meros sonidos agradables sino conceptos. Así se nos revela en su último libro publicado “al Dios del lugar” (Tusquets Editores, Barcelona, 1989). Valente finca el valor de sus poemas en su estructura interna más que en sus referentes extratextuales. Harto de la sordera del siglo, en el que confunde su canto de extramuros, afina, en sosegada calma, una música para iniciados, porque sabe muy bien que “el movimiento hacia el centro de la materia es también un movimiento hacia el centro de la interioridad”.

Antonio José Trigo

(Aparecido en la revista “Prisma”, nº 39, Bogotá, Colombia, III Trimestre de 1991, pp. 41-42)